domingo, 22 de julio de 2007

Historia para enamorar a una chica

Elías me ha traído una pulsera de Tailandia. Al principio no sé si me gustaba mucho. Pero sonreí, se lo agradecí, y me la puse inmediatamente. Es de cuero, muy gorda, y da mucho calor ahora en verano. Además el cuero me da alergia. Pero me la dejé puesta, por Elías.
En plena fase hipocondríaca adolescente tenía más de un ataque de ansiedad al día. Pánico que le llaman. Cualquier situación me lo podía provocar. Así que básicamente no hacía nada con mi vida. Bueno sí, sentirme absolutamente vulnerable, tener mucho miedo, desesperarme, angustiarme, machacarme… Un psiquiatra me dijo que no me sintiera culpable, que no era cosa mía, que era un desarreglo químico. Decía que mi cerebro estaba defectuoso y que no segregaba no sé qué sustancia (creo que serotonina) para controlar que no se disparara el nivel de ansiedad. Me puso un ejemplo gráfico: Imagínate un termómetro que el mercurio sube sube sube y ZAS! lo rompe. Muy tranquilo me dejó esta explicación.
Al principio los ataques de angustia se manifestaban en forma de ahogos. Me daba una taquicardia brutal, y me quedaba sin aire. No podía respirar, ni moverme... Me moría. Más o menos cuarenta electrocardiogramas después me convencí de que no era una cuestión física, sino psíquica. Y esto era tan frecuente que acabé acostumbrándome a vivir asfixiado. A morir varias veces al día. Cuando los ahogos empezaron a dejar de cumplir su misión, mi cerebro defectuoso se inventaba rápidamente otra forma de hacerme la vida inviable. Y empezaba a tener mareos. Pero mareos mareos, de los que sientes cuando vas absolutamente borracho, o tienes cuarenta de fiebre, o estás en un barquito en plena marejada. El suelo se movía a mis pies, y yo me tambaleaba, zigzagueaba incluso. Apenas podía salir de casa. Lo pasaba tan mal que prefería los ahogos. Los añoraba. Los ahogos eran maravillosos comparados con los mareos. Además los mareos podrían encubrir un tumor cerebral. Eso como mínimo. Unas cuantas revisiones neurológicas después, asumí que no iban por ahí los tiros y me volví a acostumbrar a llevar una miserable (pero soportable) vida mareada. Entonces mi cerebro defectuoso volvía a la carga con los ahogos, que para entonces ya se me había olvidado lo angustiosos que eran. Y entonces prefería volver a marearme. Los mareos me parecían maravillosos. Y vuelta a empezar. Eso sí, por lo menos nunca me ahogaba y me daban mareos a la vez. Mi cerebro defectuoso gracias a dios no era multitarea. Y así me pasé yo la adolescencia (y más), a base de Trankimazin, Prozac, Tranxilium, Sumial, etc… Estoy seguro de que eso ha dejado secuelas irreversibles en mi ya de por sí maltrecho cerebro, y que en breve empezarán a manifestarse en forma de vete tú a saber qué. A ver si me da tiempo por lo menos a hacer otra película. O a tener un hijo.
El otro día una chica a la que intentaba enamorar contándole todo esto me preguntó: "¿Y por qué te daban los ataques de ansiedad? Habría algún elemento en común" . De repente no sabía qué responder. Y ella: "¿Y qué pasó para que dejaras de marearte o de ahogarte o de tener crisis de angustia?". Yo seguía sin saber qué responder. Y ella insistía: "Has estado 16 años en el psicólogo. Alguna conclusión habrás sacado de por qué te pasaba y por qué ya no te pasa". Nada. No me salía nada. No sabía concluir mi propia historia para darle épica y sentido, para que el corazón de la chica a la que quería enamorar se pusiera a mis pies, a lamer mis heridas de guerra. Si es que… Tanto esfuerzo para ná…
Miro la pulsera que me ha regalado Elías. Creo que le he ido cogiendo cariño. Ahora ya me gusta más, a pesar del picor y las ronchas que me provoca. Me la pongo todo el rato, incluso cuando estoy solo en casa. Con ella me siento más fuerte, como una especie de guerrero. Igual con esta pulsera no me hubiera mareado ni ahogado en la adolescencia. Hubiera estado sólo preocupado por las ronchas y por si me estaría contagiando de alguna enfermedad tropical que ni el doctor House pudiera atajar.
Y creo que ya tengo respuestas a las preguntas de la chica a la que quería enamorar. Ya sé por qué me ahogaba y me mareaba. Porque estaba perdido, estaba buscando mi sitio, estaba paralizado, estaba poniéndome límites. Tenía miedo. Y los mareos y los ahogos me protegían de las agresiones del exterior. Me mantenían recluido en mi casa, en posición fetal. No sabía vivir. Nadie me había enseñado a vivir. Los mareos y los ahogos me ayudaban a decir que no a las cosas que no quería. Y lo que es peor, a alejarme de las cosas que deseaba, que esas sí que dan miedo.
Y ya sé por qué dejé de ahogarme y marearme. Porque me cansé. Porque ya no quería. Ya no lo necesitaba. Porque aprendí a vivir conmigo mismo, a pesar de mi cerebro defectuoso. A cuidarme, a quererme. A darme cuenta de que era mucho más fuerte y valiente de lo que creía. Si he podido vivir seis años sin aire y mareado, puedo hacer cualquier cosa. Bueno, cualquier cosa no, sólo las que quiero…
"Y creí que ya lo tenía todo controlado hasta que te conocí a ti. Ahora eres tú la que me provoca mareos y ahogos, porque te deseo y quiero estar contigo. Porque no veo límites a lo nuestro. Y eso me da miedo, mucho miedo…". Si hubiera concluido mi relato diciéndole esto a la cara a la chica que quería enamorar, hubiera triunfado fijo. O no. En fin, otra vez será. O no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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