Elías me ha traído una pulsera de Tailandia. Al principio no sé si me gustaba mucho. Pero sonreí, se lo agradecí, y me la puse inmediatamente. Es de cuero, muy gorda, y da mucho calor ahora en verano. Además el cuero me da alergia. Pero me la dejé puesta, por Elías.
En plena fase hipocondríaca adolescente tenía más de un ataque de ansiedad al día. Pánico que le llaman. Cualquier situación me lo podía provocar. Así que básicamente no hacía nada con mi vida. Bueno sí, sentirme absolutamente vulnerable, tener mucho miedo, desesperarme, angustiarme, machacarme… Un psiquiatra me dijo que no me sintiera culpable, que no era cosa mía, que era un desarreglo químico. Decía que mi cerebro estaba defectuoso y que no segregaba no sé qué sustancia (creo que serotonina) para controlar que no se disparara el nivel de ansiedad. Me puso un ejemplo gráfico: Imagínate un termómetro que el mercurio sube sube sube y ZAS! lo rompe. Muy tranquilo me dejó esta explicación.
Al principio los ataques de angustia se manifestaban en forma de ahogos. Me daba una taquicardia brutal, y me quedaba sin aire. No podía respirar, ni moverme... Me moría. Más o menos cuarenta electrocardiogramas después me convencí de que no era una cuestión física, sino psíquica. Y esto era tan frecuente que acabé acostumbrándome a vivir asfixiado. A morir varias veces al día. Cuando los ahogos empezaron a dejar de cumplir su misión, mi cerebro defectuoso se inventaba rápidamente otra forma de hacerme la vida inviable. Y empezaba a tener mareos. Pero mareos mareos, de los que sientes cuando vas absolutamente borracho, o tienes cuarenta de fiebre, o estás en un barquito en plena marejada. El suelo se movía a mis pies, y yo me tambaleaba, zigzagueaba incluso. Apenas podía salir de casa. Lo pasaba tan mal que prefería los ahogos. Los añoraba. Los ahogos eran maravillosos comparados con los mareos. Además los mareos podrían encubrir un tumor cerebral. Eso como mínimo. Unas cuantas revisiones neurológicas después, asumí que no iban por ahí los tiros y me volví a acostumbrar a llevar una miserable (pero soportable) vida mareada. Entonces mi cerebro defectuoso volvía a la carga con los ahogos, que para entonces ya se me había olvidado lo angustiosos que eran. Y entonces prefería volver a marearme. Los mareos me parecían maravillosos. Y vuelta a empezar. Eso sí, por lo menos nunca me ahogaba y me daban mareos a la vez. Mi cerebro defectuoso gracias a dios no era multitarea. Y así me pasé yo la adolescencia (y más), a base de Trankimazin, Prozac, Tranxilium, Sumial, etc… Estoy seguro de que eso ha dejado secuelas irreversibles en mi ya de por sí maltrecho cerebro, y que en breve empezarán a manifestarse en forma de vete tú a saber qué. A ver si me da tiempo por lo menos a hacer otra película. O a tener un hijo.
El otro día una chica a la que intentaba enamorar contándole todo esto me preguntó: "¿Y por qué te daban los ataques de ansiedad? Habría algún elemento en común" . De repente no sabía qué responder. Y ella: "¿Y qué pasó para que dejaras de marearte o de ahogarte o de tener crisis de angustia?". Yo seguía sin saber qué responder. Y ella insistía: "Has estado 16 años en el psicólogo. Alguna conclusión habrás sacado de por qué te pasaba y por qué ya no te pasa". Nada. No me salía nada. No sabía concluir mi propia historia para darle épica y sentido, para que el corazón de la chica a la que quería enamorar se pusiera a mis pies, a lamer mis heridas de guerra. Si es que… Tanto esfuerzo para ná…
Miro la pulsera que me ha regalado Elías. Creo que le he ido cogiendo cariño. Ahora ya me gusta más, a pesar del picor y las ronchas que me provoca. Me la pongo todo el rato, incluso cuando estoy solo en casa. Con ella me siento más fuerte, como una especie de guerrero. Igual con esta pulsera no me hubiera mareado ni ahogado en la adolescencia. Hubiera estado sólo preocupado por las ronchas y por si me estaría contagiando de alguna enfermedad tropical que ni el doctor House pudiera atajar.
Y creo que ya tengo respuestas a las preguntas de la chica a la que quería enamorar. Ya sé por qué me ahogaba y me mareaba. Porque estaba perdido, estaba buscando mi sitio, estaba paralizado, estaba poniéndome límites. Tenía miedo. Y los mareos y los ahogos me protegían de las agresiones del exterior. Me mantenían recluido en mi casa, en posición fetal. No sabía vivir. Nadie me había enseñado a vivir. Los mareos y los ahogos me ayudaban a decir que no a las cosas que no quería. Y lo que es peor, a alejarme de las cosas que deseaba, que esas sí que dan miedo.
Y ya sé por qué dejé de ahogarme y marearme. Porque me cansé. Porque ya no quería. Ya no lo necesitaba. Porque aprendí a vivir conmigo mismo, a pesar de mi cerebro defectuoso. A cuidarme, a quererme. A darme cuenta de que era mucho más fuerte y valiente de lo que creía. Si he podido vivir seis años sin aire y mareado, puedo hacer cualquier cosa. Bueno, cualquier cosa no, sólo las que quiero…
"Y creí que ya lo tenía todo controlado hasta que te conocí a ti. Ahora eres tú la que me provoca mareos y ahogos, porque te deseo y quiero estar contigo. Porque no veo límites a lo nuestro. Y eso me da miedo, mucho miedo…". Si hubiera concluido mi relato diciéndole esto a la cara a la chica que quería enamorar, hubiera triunfado fijo. O no. En fin, otra vez será. O no.
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domingo, 22 de julio de 2007
martes, 17 de abril de 2007
El amor existe porque el tiempo se agota
¿Qué pasaría si te quedaran cinco minutos de vida? No, no estás enfermo, simplemente te vas a morir. Y lo sabes. ¿Qué harías si sólo hubiera una persona a tu lado? Nadie más. Una persona a la que no conoces, que también va a morir, y también lo sabe. ¿Como puede ser de grande el vínculo que se cree entre esas dos personas en tan poco tiempo?
¿Qué harías? ¿Lucharías, te aferrarías a la vida, gritarías, llorarías? Yo además de todas esas cosas, lo que haría sería enamorarme de la otra persona, profundamente. Creo que hasta me daría igual el sexo (en todos los sentidos). Sólo querría amar, y lograr ser amado. En cinco minutos.
Este es la situación que planteo en mi nuevo corto. Sí, otro corto, ¿qué pasa? Una comedia romántica futurista y apocalíptica, que transcurre en los albores del fin del Planeta Tierra.
Mi madre dice que nunca he estado enamorado de ninguna de mis novias "oficiales". Mi psicólogo dice todo lo contrario, que he estado enamorado de todas, de maneras muy diferentes, pero enamorado. Lo peor es que yo creo que los dos tienen razón.
Conocí a Ara a los diez años. Era nueva en la clase. Entró y pensé: "parece Blancanieves". Y me enamoré. "Esta es para mí, tiene que ser para mí", fantaseé. Y lo conseguí. Siete años después. A los diecisiete años empezamos a salir juntos. Supuestamente era para toda la vida. Todo el mundo lo pensaba. Ara lo pensaba. Yo lo pensaba... Ahora Ara tiene dos preciosas niñas y está felizmente casada… con otro. Duramos cuatro años y medio juntos.
A partir de entonces sólo supe involucrarme sentimentalmente (de verdad) en relaciones terminales, imposibles, perecederas, con fecha de caducidad. Para protegerme de la fantasía, que aún permanece grabada con letras de fuego en mi pecho, del amor verdadero, único y eterno. "Como el de mamá, ¿no?", me decía mi puntilloso psicólogo con su acento argentino.
Bárbara era (es) americana, de Flint, Chicago, sí de donde es Michael Moore, de esa ciudad tan deprimente que salía en Bowling for Columbine. Estaba en Madrid de intercambio, estudiando Bellas Artes. Iba a estar un mes y medio. Por eso me enamoré de ella. Porque se iba. Por eso y porque había sido jefa de las cheerleaders en su High School y me daba mucho morbo. Luego se fue. Y lloramos mucho, porque ya no nos íbamos a ver nunca más. Pero ella volvió. Y luego fui yo, sí, a Flint. Y luego quedamos en medio. Y así estuvimos casi dos años.
Con Sole empecé a salir porque me iba. Le dije: "Yo dentro de cuatro meses me voy a Nueva York un año, y me quiero ir libre de compromiso". Ella dijo: "Vale". Y mantuvimos una relación porque se iba a acabar. Transcurridos los cuatro meses, Sole se vino a Nueva York. "Vente, pero un par de semanas, de vacaciones, me ayudas a instalarme, y luego ya cada uno sigue su vida". Se quedó todo el año. Estuve tres años con Sole. Ahora tiene un hijo precioso y está felizmente casada… con otro.
La primera noche que conocí a Eva, pensé: "Somos absolutamente incompatibles. Nuestra relación nunca podría funcionar. Es imposible". Y como no iba a funcionar, como no iba a ningún lado, pues me dije: "Disfrutemos lo poco que va a durar, ¿no?". Estuvimos juntos tres años y algo. Los más intensos de mi vida sin lugar a dudas…
Y ahora… Ahora mismo… Pues eso… Bah, si esto no va a durar…Para qué agobiarse…Disfrutemos… Así soy yo, un animal peligroso…
No es una cuestión de miedo al compromiso. Sino todo lo contrario, al exceso de compromiso, a lo mucho que me involucro. A que me entrego tanto, que sólo puedo hacerlo si pienso que va a ser por un breve espacio de tiempo. Claro que luego me pongo, y ya que está todo bien, pues seguimos una semana más, ¿no? Y otra, y otra…
Si pensamos que algo va a ser eterno, que siempre va a estar ahí, nunca lo cogeríamos. No lo elegiríamos. Siempre nos tomamos los yogures que están a punto de caducar, o incluso ya caducados. Si hubiera un yogur que nunca caducara, nunca nos lo comeríamos. Seguiría de por vida en la nevera mientras consumimos los otros. A no ser que fuera el único, el último. Y aún así pensaríamos: bueno, mejor lo guardo, no me lo como, por si acaso. Porque nunca se sabe cuando lo vas a necesitar de verdad. A ver quién tiene cojones de consumir algo de tanto valor. Yo no, desde luego. A no ser que me queden cinco minutos de vida y no haya nada (nadie) más alrededor.
Por eso el corto se llama: "El amor existe porque el tiempo se agota". Claro que también pensé en llamarlo: "El amor se agota porque el tiempo existe". Lo peor de todo es que creo que las dos frases tienen razón.
¿Qué harías? ¿Lucharías, te aferrarías a la vida, gritarías, llorarías? Yo además de todas esas cosas, lo que haría sería enamorarme de la otra persona, profundamente. Creo que hasta me daría igual el sexo (en todos los sentidos). Sólo querría amar, y lograr ser amado. En cinco minutos.
Este es la situación que planteo en mi nuevo corto. Sí, otro corto, ¿qué pasa? Una comedia romántica futurista y apocalíptica, que transcurre en los albores del fin del Planeta Tierra.
Mi madre dice que nunca he estado enamorado de ninguna de mis novias "oficiales". Mi psicólogo dice todo lo contrario, que he estado enamorado de todas, de maneras muy diferentes, pero enamorado. Lo peor es que yo creo que los dos tienen razón.
Conocí a Ara a los diez años. Era nueva en la clase. Entró y pensé: "parece Blancanieves". Y me enamoré. "Esta es para mí, tiene que ser para mí", fantaseé. Y lo conseguí. Siete años después. A los diecisiete años empezamos a salir juntos. Supuestamente era para toda la vida. Todo el mundo lo pensaba. Ara lo pensaba. Yo lo pensaba... Ahora Ara tiene dos preciosas niñas y está felizmente casada… con otro. Duramos cuatro años y medio juntos.
A partir de entonces sólo supe involucrarme sentimentalmente (de verdad) en relaciones terminales, imposibles, perecederas, con fecha de caducidad. Para protegerme de la fantasía, que aún permanece grabada con letras de fuego en mi pecho, del amor verdadero, único y eterno. "Como el de mamá, ¿no?", me decía mi puntilloso psicólogo con su acento argentino.
Bárbara era (es) americana, de Flint, Chicago, sí de donde es Michael Moore, de esa ciudad tan deprimente que salía en Bowling for Columbine. Estaba en Madrid de intercambio, estudiando Bellas Artes. Iba a estar un mes y medio. Por eso me enamoré de ella. Porque se iba. Por eso y porque había sido jefa de las cheerleaders en su High School y me daba mucho morbo. Luego se fue. Y lloramos mucho, porque ya no nos íbamos a ver nunca más. Pero ella volvió. Y luego fui yo, sí, a Flint. Y luego quedamos en medio. Y así estuvimos casi dos años.
Con Sole empecé a salir porque me iba. Le dije: "Yo dentro de cuatro meses me voy a Nueva York un año, y me quiero ir libre de compromiso". Ella dijo: "Vale". Y mantuvimos una relación porque se iba a acabar. Transcurridos los cuatro meses, Sole se vino a Nueva York. "Vente, pero un par de semanas, de vacaciones, me ayudas a instalarme, y luego ya cada uno sigue su vida". Se quedó todo el año. Estuve tres años con Sole. Ahora tiene un hijo precioso y está felizmente casada… con otro.
La primera noche que conocí a Eva, pensé: "Somos absolutamente incompatibles. Nuestra relación nunca podría funcionar. Es imposible". Y como no iba a funcionar, como no iba a ningún lado, pues me dije: "Disfrutemos lo poco que va a durar, ¿no?". Estuvimos juntos tres años y algo. Los más intensos de mi vida sin lugar a dudas…
Y ahora… Ahora mismo… Pues eso… Bah, si esto no va a durar…Para qué agobiarse…Disfrutemos… Así soy yo, un animal peligroso…
No es una cuestión de miedo al compromiso. Sino todo lo contrario, al exceso de compromiso, a lo mucho que me involucro. A que me entrego tanto, que sólo puedo hacerlo si pienso que va a ser por un breve espacio de tiempo. Claro que luego me pongo, y ya que está todo bien, pues seguimos una semana más, ¿no? Y otra, y otra…
Si pensamos que algo va a ser eterno, que siempre va a estar ahí, nunca lo cogeríamos. No lo elegiríamos. Siempre nos tomamos los yogures que están a punto de caducar, o incluso ya caducados. Si hubiera un yogur que nunca caducara, nunca nos lo comeríamos. Seguiría de por vida en la nevera mientras consumimos los otros. A no ser que fuera el único, el último. Y aún así pensaríamos: bueno, mejor lo guardo, no me lo como, por si acaso. Porque nunca se sabe cuando lo vas a necesitar de verdad. A ver quién tiene cojones de consumir algo de tanto valor. Yo no, desde luego. A no ser que me queden cinco minutos de vida y no haya nada (nadie) más alrededor.
Por eso el corto se llama: "El amor existe porque el tiempo se agota". Claro que también pensé en llamarlo: "El amor se agota porque el tiempo existe". Lo peor de todo es que creo que las dos frases tienen razón.
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