sábado, 28 de julio de 2007

Incomunicada otra vez???

Parece que es mi karma, otra vez problemas con el celular, pero ahora no puedo ser tan caradura de desligarme de responsabilidades y decir que la empresa que me provee del servicio es una mierda, ya que es solo mi culpa.
El aburrimiento me llevo a ponerme a jugar sin cansancio con el celular, y por poner mal reiteradas veces el número de Pin y luego tambien el Punk terminé bloqueando el chip.
Una boluda?????????????? nooooooo, ya paso a ser mucho más que eso.

domingo, 22 de julio de 2007

Todo el finde, día del amigo incluído

Tuve un fin de semana muy lindo, el viernes fui por la mañana a trabajar casi sin dormir, me quede lanoche anterior ayudando a mi amiga Nerina a empaquetar los posavasos que juntas diseñamos y que el día del amigo estuvieron sobre la mesa de Mengano, de Barra Vieja, del bar Arcangel, en fin.... esperando a mi jefe que llegara en cualquier momento para comenzar con unos alegatos para el martes, pero quede esperando toda la mañana, después me fui para La Estancia que me esperaban para almorzar y por suerte comimos de díez, hasta llego la gente de Canal Cinco y no llenaron de preguntas, una de nosotras se animo a hablar con el periodista, después me contaron que salimos en el noticiero en la edición del mediodia.
Después nos fuimos a tomar un helado, yo por mi parte me baje como 1/2 kg, encima todos los gustos que me pedi eran de chocolate, no es que este deprimida, creo que tengo un ataque de anciedad pordistintos motivos, y como muchas mujeres, trate de bajar mis penas con un poquito de helado.
A la tarde tuve que volver a trabajar, porque por primera vez festejaba junto a mi jefe el "día del amigo" siiii, porque ahora dice ser mi amigo. Yo también lo digo, pero no se si lo hago solo para quedar bien con él o que, es una relación bastante particular la nuestra.
En el brindis estaba obviamente mi jefe, la amante (que hace poco blanqueo ese tema conmigo) una clienta del estudio que a penas conozco, mi nueva compañera de trabajo, y la prima de él.
Yo estaba durmiendome, ya que habia tomado bastante al mediodia, había comido un monton y encima después el champan, lo malo de comer tanto al mediodia fue que en el brindis no pude ni siquiera saborear uno de los "sanguchitos" de Monreal que realmente son un manjar, creo que son los mejores de Rosario, creo nooo,definitivamente lo son.
Yo estaba apurada en irme, porque todavía tenia que llegar a mi casa, cambiarme para luego salir a encontrarme con mis amigas para cenar a Galiffi.
Antes de irme tuve que sacar una foto a todos los presentes, y sin querer hago caer una placa de la policia que estaba sobre un estante, y mi jefe no tuvo la mejor idea que decirme, ojooo!! con la placa!!! montoneraaaaa!! no te metas con la policía!!!!!!!!!!!! Yo estaba furiosa, pero como habia personas con las cuales no había confianza, decidí callarme la boca, pero desde ese momento no hable mas con él y me fui.
Despues en Galiffi me entero que la amante de mi jefe y la otra mina que a penas conozco, pretendian que las invitara a cenar, creo que estan re locas!!!! invitar a la amante de mi jefe a una cena con mis amigas???????????
Después en Galiffi todo bien, salvo Nieves que en un momento dijo ir a su casa para volver con la Plantita y no volvio mas. Seguramente se habra ido a Madame con otras amigas porque se dio cuenta que nosotras no pensabas ir para allá.
La noche termino en Luna, cuando apenas habia llegado, mi mejor amiga la Chelu, me dice que estaba entgrando a Galiffi, la queria matar, en fin... no la pude ver esa noche, peropor lo menor hizo el esfuerzo de salir de su casa esa noche y festejar el dia delamigo conmigo.
Llegue luego a mi casa totalmente destruída, los pies me dolian demasiado.
El sábado al mediodia, recibo un msj de Nieves en donde me decia que estaba con un pico de estres. Poco creíble, nooo???????? Yo no pude evitar demostrarle mi enojo.
El domingo, tranqui.
Lala, espero que te haya ido bien en la mudanza!!!!!!!!

Historia para enamorar a una chica

Elías me ha traído una pulsera de Tailandia. Al principio no sé si me gustaba mucho. Pero sonreí, se lo agradecí, y me la puse inmediatamente. Es de cuero, muy gorda, y da mucho calor ahora en verano. Además el cuero me da alergia. Pero me la dejé puesta, por Elías.
En plena fase hipocondríaca adolescente tenía más de un ataque de ansiedad al día. Pánico que le llaman. Cualquier situación me lo podía provocar. Así que básicamente no hacía nada con mi vida. Bueno sí, sentirme absolutamente vulnerable, tener mucho miedo, desesperarme, angustiarme, machacarme… Un psiquiatra me dijo que no me sintiera culpable, que no era cosa mía, que era un desarreglo químico. Decía que mi cerebro estaba defectuoso y que no segregaba no sé qué sustancia (creo que serotonina) para controlar que no se disparara el nivel de ansiedad. Me puso un ejemplo gráfico: Imagínate un termómetro que el mercurio sube sube sube y ZAS! lo rompe. Muy tranquilo me dejó esta explicación.
Al principio los ataques de angustia se manifestaban en forma de ahogos. Me daba una taquicardia brutal, y me quedaba sin aire. No podía respirar, ni moverme... Me moría. Más o menos cuarenta electrocardiogramas después me convencí de que no era una cuestión física, sino psíquica. Y esto era tan frecuente que acabé acostumbrándome a vivir asfixiado. A morir varias veces al día. Cuando los ahogos empezaron a dejar de cumplir su misión, mi cerebro defectuoso se inventaba rápidamente otra forma de hacerme la vida inviable. Y empezaba a tener mareos. Pero mareos mareos, de los que sientes cuando vas absolutamente borracho, o tienes cuarenta de fiebre, o estás en un barquito en plena marejada. El suelo se movía a mis pies, y yo me tambaleaba, zigzagueaba incluso. Apenas podía salir de casa. Lo pasaba tan mal que prefería los ahogos. Los añoraba. Los ahogos eran maravillosos comparados con los mareos. Además los mareos podrían encubrir un tumor cerebral. Eso como mínimo. Unas cuantas revisiones neurológicas después, asumí que no iban por ahí los tiros y me volví a acostumbrar a llevar una miserable (pero soportable) vida mareada. Entonces mi cerebro defectuoso volvía a la carga con los ahogos, que para entonces ya se me había olvidado lo angustiosos que eran. Y entonces prefería volver a marearme. Los mareos me parecían maravillosos. Y vuelta a empezar. Eso sí, por lo menos nunca me ahogaba y me daban mareos a la vez. Mi cerebro defectuoso gracias a dios no era multitarea. Y así me pasé yo la adolescencia (y más), a base de Trankimazin, Prozac, Tranxilium, Sumial, etc… Estoy seguro de que eso ha dejado secuelas irreversibles en mi ya de por sí maltrecho cerebro, y que en breve empezarán a manifestarse en forma de vete tú a saber qué. A ver si me da tiempo por lo menos a hacer otra película. O a tener un hijo.
El otro día una chica a la que intentaba enamorar contándole todo esto me preguntó: "¿Y por qué te daban los ataques de ansiedad? Habría algún elemento en común" . De repente no sabía qué responder. Y ella: "¿Y qué pasó para que dejaras de marearte o de ahogarte o de tener crisis de angustia?". Yo seguía sin saber qué responder. Y ella insistía: "Has estado 16 años en el psicólogo. Alguna conclusión habrás sacado de por qué te pasaba y por qué ya no te pasa". Nada. No me salía nada. No sabía concluir mi propia historia para darle épica y sentido, para que el corazón de la chica a la que quería enamorar se pusiera a mis pies, a lamer mis heridas de guerra. Si es que… Tanto esfuerzo para ná…
Miro la pulsera que me ha regalado Elías. Creo que le he ido cogiendo cariño. Ahora ya me gusta más, a pesar del picor y las ronchas que me provoca. Me la pongo todo el rato, incluso cuando estoy solo en casa. Con ella me siento más fuerte, como una especie de guerrero. Igual con esta pulsera no me hubiera mareado ni ahogado en la adolescencia. Hubiera estado sólo preocupado por las ronchas y por si me estaría contagiando de alguna enfermedad tropical que ni el doctor House pudiera atajar.
Y creo que ya tengo respuestas a las preguntas de la chica a la que quería enamorar. Ya sé por qué me ahogaba y me mareaba. Porque estaba perdido, estaba buscando mi sitio, estaba paralizado, estaba poniéndome límites. Tenía miedo. Y los mareos y los ahogos me protegían de las agresiones del exterior. Me mantenían recluido en mi casa, en posición fetal. No sabía vivir. Nadie me había enseñado a vivir. Los mareos y los ahogos me ayudaban a decir que no a las cosas que no quería. Y lo que es peor, a alejarme de las cosas que deseaba, que esas sí que dan miedo.
Y ya sé por qué dejé de ahogarme y marearme. Porque me cansé. Porque ya no quería. Ya no lo necesitaba. Porque aprendí a vivir conmigo mismo, a pesar de mi cerebro defectuoso. A cuidarme, a quererme. A darme cuenta de que era mucho más fuerte y valiente de lo que creía. Si he podido vivir seis años sin aire y mareado, puedo hacer cualquier cosa. Bueno, cualquier cosa no, sólo las que quiero…
"Y creí que ya lo tenía todo controlado hasta que te conocí a ti. Ahora eres tú la que me provoca mareos y ahogos, porque te deseo y quiero estar contigo. Porque no veo límites a lo nuestro. Y eso me da miedo, mucho miedo…". Si hubiera concluido mi relato diciéndole esto a la cara a la chica que quería enamorar, hubiera triunfado fijo. O no. En fin, otra vez será. O no.

jueves, 19 de julio de 2007

Carta de amor


El cepillo de dientes

Siempre reconocí mi miedo al compromiso, pero debo reconocer que cuando llegue a su casa y después de un día agitado de trabajo, y al encontrarme con que me había comprado un cepillo de dientes a pesar de que sabe muy bien que cada vez que voy a su casa yo llevo el mió, me hizo sentir realmente muy bien, y lo primero que pensé fue que debía dejarme querer.
Todo esto me recuerda a un episodio de la serie Sex And The City en la cual Mr. Big le obsequia a Carrie un cepillo de dientes, aunque aquella relación tan particular de amistad- amor me recuerda mas a la relación que tengo con mi “gran amigo”
Que tema este, cada vez se hace mas común en las mujeres este miedo al compromiso, como si fuera que nos atarían y nos dejarían sin poder respirar al abrirnos un poco y aceptar que nos quieran, como talvez todas nos merecemos, cada vez lo veo mas en mis amigas, y lo peor es que no puedo decir nada al respecto ya que yo también sufro este síndrome de soltería perpetua que no me deja disfrutar estar al lado de un hombre maravilloso que me ama y sabe hacerlo.

A todo Negro














Ahora no me refiero al negro de mi vestimenta, ni al fondo del blog, sino que me refiero al Negro Fontanarrosa, que nos ha dejado esta tarde.




Fue lamentable la noticia, se encontraba internado en una clinica privada de la ciudad de Rosario (su ciudad)




y que mejor manera de recordarlo, si no es por sus trabajos.


























Preparándonos para el día del amigo.

La semana fue una locura, llamando a todo tipo de bares, pubs etc. para poder realizar una reserva en algún lugar.
En conclusión: Almuerzo con unas amigas, parrillada y demás y por la noche nos juntamos todas las chicas (ahhhh!!!! Porque somos todas mujeres! En mi caso no va la amistad entre el hombre y la mujer, pero que existen estas amistades lo se, pero no es mi caso) en un pub muy juvenil.
Vamos a ver como la pasamos esa noche, yo supongo que muy bien
Al mediodía me reúno con la Sra de Yoyo, y unas amigas de ella, y también Luchi, que hace un tiempito que no la veo (ex compañera de trabajo)
A la noche, Lala y dos amigas de ella, Nieves, La plantita (aun no comente nada de ella), La Chelu (que espero que no me falle porque o sino la voy a matar), Nerina, Chela (mi nueva compañera de trabajo) y talvez vaya también la loca de Euge (otra ex compañera de trabajo).
En San Nicolás quedan mis otras dos grandes amigas, mi Flavita querida que la extraño un montón, y la colgada de Aless. A las dos las saludo desde aquí.

domingo, 15 de julio de 2007

Depresión argentina y algo más

Acá mirando el partido contra Brasil en un ciber. Realmente lamentable, estos últimos minutos son de terror.
Me vine al ciber con mi amiga Nerina, seguramente esta escribiéndole a su media naranja, yo esperando que se conecte el hermano de mi "ex hija", que me abandonó completamente yedonse a Baires de un día para el otro, el suele hacer estas cosas, pero es inevitable no preocuparme con él, sabiendo que esta continuamente cometiendo locuras.
El finde fue bastante bueno, el viernes trabajé medio día, que eso me vino al pelo para hacer muchas cosas.
Le contaba a mi "amigo" que a causa del frío polar que estamos sufriendo había decidido arropar el dpto para que no sufra las bajas temperaturas, y por eso pensaba el viernes ir a comprarle unas cortinas, pero bue.... no hice tiempo.
El sábado tenia que almorzar con mi negri, pero desistí de la idea porque tenia que esperar a mis viejos que venían de visita. Creo que él se enojó conmigo, pero lo comprendo.
A la noche sali con las chicas a comer, fuimos a Felini, Lala, Nieves, Lu, y otra chica que no recuerdo el nombre (amiga de Nieves).
Nos morimos de la risa, creo que en todo el lugar nos destacábamos por las carcajadas que en momentos se convertían en gritos.
Lala como siempre resaltando con su humor, con sus comentarios y respuestas.
Tema principal: Hombres.
Después termine en Sabina con Lala, las demás chicas tenían que madrugar el domingo.
Nos enamoramos de dos integrantes de la banda que estaba tocando en el lugar, lo peor es que eran los mas feos de la banda, pero como siempre, Lala con mejor puntería, al que ella apunto tocaba dos instrumentos, unos nerds, pero la verdad nos reímos mucho, esto de que a las dos nos gusten los bichos raros, que locoooo!!!!! en realidad todo ese enamoramiento pasajero era todo simulado, pero algo parecido nos habia sucedido a las dos en la realidad de nuestras vidas, las dos con características muy similares, y totalmente enganchadas con este tipo de hombres que no tienen nada que ver con nosotras.
Y despues de fingir ese amor por esos desconocidos, llego el momento del histérico que tanto levanta el ego.
Se acercaron dos locos que no tenían nada que ver, que hablaban todo el tiempo, y decían una boludes detras de la otra, pero en fin nada, por lo menos nos hicieron reir un rato.
Mientras tanto en el ciber: el tipo que atiende habla conmigo del partido ya terminado, me decía, que es una falta de respeto que los jugadores argentinos se saquen la medalla, era como un desprecio, y tienen que estar contentos de que aunque sea son sub campeones. Yo opinando también como siempre, en mi salsa me metieron, no porque sepa mucho de fútbol, sino porque me encanta dar mi opinión.
Para concluir: esto es para Nieves: Che locaaaaa!!!! De donde sacaste que la mina que llevaste a Club Felini tenia onda, te olvidaste decir onda a qué!!!!! igualmente todo bien, pero la sorpresa tanto de Lala como la mia, fue inevitable.

martes, 10 de julio de 2007

Pecado y tentación Cuando tocarse está prohibido

La vulnerabilidad de la piel generó a lo largo de la historia un nutrido caudal de consejos para evitar problemas. Así, por ejemplo, el obispo Francisco de Sales -intentando resguardar los divinos preceptos del Dogma de excesos epidérmicos- sostuvo que los cuerpos humanos se parecen a cristales: "No pueden ser transportados juntos porque tocándose uno con otro corren el peligro de romperse". Durante la Antigüedad, Aristóteles se había ocupado de recetar templanza y respeto: "El justo punto medio en lo relativo a todos los placeres del cuerpo". No obstante, aclaraba que de los cinco sentidos el único de veras preocupante es el tacto. No creyó exagerado afirmar que el hombre se rebaja al animal si se abandona sin reflexión a los goces de la piel. El cauto Sócrates hablaba del riesgo de hacerse acompañar por un joven hermoso, "araña venenosa cuyos besos reducen a esclavo a quien los recibe"; el poder de la piel es tal, creía, que puede llegar a transformarnos en seres "sin voluntad ni sentido crítico". Pestañeos sobre la mejilla, un roce de labios helados, mordiscos o bien esa dulce, inquietante sutileza de dos esquimales que se frotan de pronto la nariz; ¿cómo controlar todos esos actos, gestos, contactos que integran el infinito catálogo de experiencias táctiles? Escenario opulento, la piel se presenta como una incontestable evidencia de la fuerza y la fragilidad de millones de cuerpos lanzados al caos: chocar, afectarse...

Sagradas marcas
Ahora imaginemos un lugar rigurosamente diseñado para que la piel no experimente intensidad alguna. Estamos en el siglo XVII y el convento de San Jerónimo ocupa una manzana entera. Se trata de una imponente fortaleza amurallada en medio de la ciudad. Afuera se respira el aire; adentro, estricta clausura. Ningún hombre tiene entrada al interior _ni obispos, ni hortelanos, ni nobles, ni inquisidores_. El acceso se halla vedado incluso a los sastres de las monjas, que se ven obligados a tomarles las medidas para los hábitos mirándolas desde la portería. El sacerdote les da la comunión a través de una pequeña ventana donde únicamente aparecen sus bocas abiertas. Cuando una pregunta si es pecado subir a la azotea y asomarse a la calle _quedando así medio cuerpo dentro y la otra mitad fuera_ se le responde que no, excepto que incurra en el error de hablar con un vecino.
Apartadas del ajetreo urbano, cercadas por velos y ásperos vestidos, las esposas de Cristo eran conminadas a acallar la sensibilidad de la piel como si se tratara de un estigma. Hacia 1670 existían 87 monjas jerónimas con un ejército de más de 200 sirvientas y esclavas. No por casualidad a las lacayas, indias o mulatas se las llamaba "madres de amor". Entre otras cosas, esas mujeres _que entraban y salían del convento y para quienes el piel a piel no iba de la mano de remordimientos luctuosos_ solían ser las encargadas de bañar a las hermanas. Suavemente las introducían en la tibieza del agua perfumada con hierbas y enjabonaban sus cuerpos no sin detenerse a acariciar con pérfida ternura zonas muy susceptibles. Durante esos baños las monjas dejaban de ser monjas y se metamorfoseaban en damas de hermosos senos, expectantes muslos y guaridas llenas de sorpresas. Cuentan fuentes de la época que en una oportunidad la madre superiora, para cerrar con un broche de oro el rito, osó solicitarle a una criada que la golpease hasta ver un fluido opalino escurrirse en su entrepierna.
De todas maneras el caso de mayor repercusión no fue ese sino el de la hermana Tomasina, quien desde chica había sufrido todo tipo de padecimientos debido a su increíble belleza. Su madre sintió envidia al descubrir tempranamente las seductoras dotes de su hija y optó por encerrarla en un oscuro monasterio. Ella logró salir y se casó con un señor cuya riqueza merecía equipararse en magnitud a sus celos: al morir don Francisco Pimentel le dejó a la viuda una gran herencia, pero estipuló que sólo podría cobrarla a condición de hacerse monja. Cuando la acaudalada Tomasina llegó al convento supo que, desde hacía algún tiempo, las esposas de Cristo decían consternadas que el fantasma de un clérigo visitaba el lugar: parece que se presentaba ante las más lindas y les pedía que orasen para que él pudiese escapar del purgatorio. Una noche Tomasina dormía en su celda y, de pronto, el espectral caballero se materializó ante sus ojos. Le susurró al oído el pedido y, dado que ella se negó, impulsado por la desesperación la tomó bruscamente del brazo. Tomasina lanzó un agudo grito de dolor y de éxtasis, una oscura e inmediata respuesta de exasperada violencia, el sonido de una ensordecedora desfloración erótica o de la caída en un profundo abismo místico.
Tratemos por un momento de representarnos lo que las demás monjas, quienes concurrieron presurosas y desde luego aterradas, tuvieron ocasión de descubrir al ver la hasta entonces inmaculada piel del brazo de su compañera: la huella de los dedos del clérigo había quedado marcada a fuego en su epidermis. Y por esa inapelable prueba de un goce absoluto y abyecto Tomasina consideró que debía pagar con sufrimiento: sus autocastigos fueron desde acostarse vestida sobre tablas hasta cubrir su cuerpo con silicios o ponerse dentro de los zapatos piedras y clavos.
Como desconocían la sensación de una piel masculina fundida en la propia, sus compañeras nunca alcanzaron a explicarse por qué a Tomasina el brazo le quedó desde aquel día paralizado. Aunque coincidamos en que no fue un milagro sino el resultado de una vívida fantasía onírica, podemos comprender que, impactada, no haya querido contar el secreto en ningún confesionario. Hay un punto en el orgasmo que pertenece seguro al dolor y a la muerte que engendra la vida. Quien tiene prohibido el contacto ingresa al placer por caminos desviados. Y eso porque el deseo de la piel, impetuoso, astuto, sabio, aprende si lo necesita a escribir sus derechos con líneas torcidas.

Pollera y Pantalón - Vida cotidiana y debates sobre géneros


F / M
Cuando veo este signo escrito nunca entiendo bien a qué alude. Tardo un rato. Por eso a veces suelo meterme en el lugar equivocado. Antes de entrar en un baño público me demoro bastante estudiando la silueta de la puerta. No diferencio muy bien el monigote con pollera del de pantalón. Si el lugar es ambicioso y en cada baño hay, por ejemplo, la imagen de un actor o de una actriz, vacilo aún más. Pueden ser un par de posters que no quieran decir nada. O que detrás de esas imágenes ni siquiera haya un baño.

Tengo problemas con las señales convencionales del género. Sí, ya lo sé, el género es una construcción social, una disparada del sexo biológico aunque hoy haya teorías que lo discutan de una manera nada simplista. Debo ser una de las pocas mujeres que tuvo que imponer en su infancia que le atribuyeran el género más vulgarmente asociado a su sexo. Por alguna razón, mi madre leía en mi cuerpo que la convencional cercanía entre sexo y género sería una desilusión. En mi contorno magro, larguirucho –cualquier cirujano hubiera visto en él, al menos cuando yo tenía doce años, un campo adecuado para una operación que me convirtiera en trans–, la ausencia de grasa y la brusquedad instalaban, sin hacerme masculina, una femineidad dudosa. Pero esa mirada de mi madre se había arraigado muchos años antes. Inútilmente deseaba yo, durante los bailes de carnaval, las pompas de un vestido de dama antigua, con su correspondiente peinetón de peltre, su corselete de raso bordado, sus vivos de puntilla y, como accesorios, los zapatos de Minnie Mouse o, en su defecto, el de holandesa con su cofia de extremos plegados y sus zuecos de madera pintados a mano. Una vez me dieron un traje de vaquera con su cinto, sus cartucheras y ¡ay! el sombrero de John Wayne. Conservo una fotografía donde poso con expresión trágica, el arma de juguete apuntando a cámara, chueca en el interior de mis botas de caña alta. El caño del arma está ligeramente inclinado hacia abajo porque la enarbolo sin fe, con la muñeca quebrada, convirtiéndola en un símbolo fálico fláccido, el pene de un hombre viejo que al llegar al hotel abre su billetera y descubre que se dejó el Viagra en casa.

En otra fotografía estoy sentada al volante de un coche que es la réplica de la Ferarri de Fangio. Sonrío –ingenua de mí– porque imagino que si les presto el auto a los varones del barrio podríamos jugar a marido y mujer: algún “él” iría a su trabajo en automóvil, yo lo despediría rodeada por mis muñecas hijas agitando un pañuelo y en medio de mis muebles miniatura comprados a la compañía de plásticos Jugal. (Obviamente, ninguno de los varones que lograba hacerse del coche, lo devolvía inmediatamente luego de dar una vuelta manzana –ese era el pacto– y había que ir a rescatarlo.)

Conozco a mujeres que dicen haber tenido que luchar contra lo que sus padres pretendían imponerles en nombre de la cuadrícula de su género. Algunas, incluso, recuerdan grandes escenas de rebelión que quedaron impresas en sus memorias como condecoraciones al mérito. Una evoca la potencia que sintió al trepar hasta la copa de un árbol altísimo y del que se negó a bajar hasta el atardecer. Otra se travestía para jugar al fútbol. Y una tercera, cuya cabellera rubia y rizada se había convertido en un fetiche familiar (hasta el punto de que su madre y su hermana mayor la sometían cada noche al suplicio de peinarla y desenredarla mediante reiterados cepillazos y tironeos), se la cortó poco después de tener la primera menstruación, llena de cólera y desesperación por el acontecimiento, con una tijera de cortar pasto. Luego se afeitó la cabeza e intentó clavarse un alfiler de gancho sobre la crisma, tratando de imitar al muñeco de Geniol, con la intención de ofender a sus padres, a quienes ella consideraba los injustificados dueños de la cabellera.

Que yo sepa, todas estas chicas se identificaban a Jo, la más machona de las hermanas de Mujercitas, la desgreñada que monigoteaba con sus cintas para el pelo. Aunque unas pocas de ellas son ya abuelas, suelen decir hoy con la misma fe de antaño “yo era Jo” sin darse cuenta de que gracias a la fonética la frase suena como una simple declaración narcisista. Pero yo solía identificarme con la que se moría –cuyo nombre no recuerdo– desmoronándose primero dentro de su prisión de enaguas superpuestas y luego desfalleciendo hasta caer en cama, mortalmente lívida ya, los rizos dispersos sobre la almohada de tal modo que su cabeza, que apenas podía erguirse, se parecía –imaginaba yo– a la cola abierta de un pavo real. ¡Cómo fastidiaba a mis amigas en las representaciones teatrales que hacíamos con el libro de Alcott –el más tonto, atávico e insustituible de varias generaciones de mujeres– reduciendo mi papel a desmoronarme ruidosamente en el piso, vestida con una pollera de cretona perteneciente al guardarropas de la niñera y las ojeras pintadas con crayon violeta y prolongando mi inmovilidad hasta que un pie perverso me pisaba una mano!

En el verano de 1954, el 8 de diciembre, la mayoría de mis compañeras de grado tomaron la comunión. Mi madre dijo que no tenía tiempo para llevarme a las clases de catecismo. Por entonces coqueteaba con los socialistas. Eso le permitía envolver en razones ideológicas un ascetismo que no era más que un sentimiento de inferioridad social debido a su origen proletario. Su desprecio al lujo no me ocultaba que algo en mí le hacía pensar que no encajaba con el vestido blanco, profusamente adornado por puntillas compradas en Al encaje de Bruselas y del que yo codiciaba especialmente la bolsa de las estampitas, festoneada y bordada a mano. Entonces, poco antes del 8 de diciembre, una mujer de labios pintados y peinado a la banana comenzó a visitarme todas las tardes, a la hora en que yo solía salir al balcón. Me dijo que era catequista de la iglesia del Carmelo y que preparaba para la comunión “a domicilio” a las niñas que no podían asistir a la iglesia durante la semana. Me enseñó el catecismo a través de unos papelitos escritos de su puño y letra, redonda y pareja. Sólo se lo conté a mi madre cuando ya había aprendido a rezar, quería que fuera una sorpresa. Pero ella armó una escena terrible. Las palabras que dijo sólo tuvieron sentido para mí con los años: en nuestro barrio las prostitutas que envejecían solían “reciclarse” como catequistas. Prácticamente mi madre me trató como si yo fuera un cliente.

Vi cómo mis amigas se preparaban para la comunión sabiendo que yo no la tomaría. Recuerdo a una, con los volados sujetos aún con alfileres de cabecita, que de pronto levantó los jazmines chorreantes de un florero, subió la escalera de su casa –un chalet de dos plantas construido por la Fundación Eva Perón– y bajó con los ojos cerrados, como en éxtasis, mientras nosotras, las otras chicas del grado, coreábamos “ta, tan, ta, tan”, la marcha nupcial de Mendelsohn.

Mi amiga Alicia, al revés de mí, no quería tomar la comunión. Persuadida de su femineidad por una menstruación precoz y el sabor de los primeros besos, no necesitaba la prueba del traje largo que hacía soñar con un vestido de novia. La madre de Alicia era una mujer que se jactaba de cierto origen aristocrático y consideraba mersa toda proliferación de puntillas y de moños. Así que le hizo hacer a Alicia un vestido largo totalmente liso y donde la bolsa de las estampitas parecía un sobre de correo. Alicia me mostró con malicia cómo sus pechos –ya usaba corpiño– despuntaban bajo el canesú y cómo a través de la malla de una de sus medias de muselina, se había escapado un largo pelo negro. Parecía una novicia enana. Igual la envidié.
D O M I N A C I Ó N
Los estudios de género han desplazado, en los últimos años, el interés por la situación de las mujeres a las construcciones teóricas que hacen que un sexo domine sobre otro. Para muchos significó una despolitización o una política que pasó de la calle a los claustros. El género es, paradójicamante, un invento americano (se acuña en un lugar donde la lengua no pone género a lo que nombra).

Como me gusta imaginarme como analista de los goces, me he interesado por el feminismo de la diferencia, hijo rebelde del psicoanálisis. Por supuesto que no compré el sonsonete de la bisexualidad que viene dando dividendos desde que Sigmund Freud, durante el curso de su conferencia La femineidad, calmara los ánimos de las psicoanalistas mujeres sentadas en la primera fila, sugiriendo que toda mujer tiene una porción del otro sexo al igual que una torta marmolada de vainilla tiene una porción de chocolate, de manera que ellas puedan superar lo que su sexo les adjudicó en la lotería sexual –según Freud, una escasa capacidad de sublimación que les lleva a preferir enhebrar una aguja a fundar una república, un superyó debilucho como Charles Atlas cuando era un alfeñique y una rebelde envidia del pene aunque se trate del pene de John Wayne Bobbit– si se apoyan en su parte masculina.

Los prejuicios freudianos han sido desmontados por mujeres psicoanalistas. Para Sarah Kofman, por ejemplo, la envidia del pene sería cultural, un reconocimiento de los privilegios de tener. Emilce Dio Bleichman, por su parte, escribió en 1984 El feminismo espontáneo de la histérica en donde el caso Dora, expuesto por Freud, se convierte en el embrión de una postura revolucionaria donde la enfermedad se transforma en resistencia, el grito sintomático de un discurso, de un deseo al que se le niega existencia.
El feminismo de la diferencia es atractivo. Como si filósofas y psicoanalistas pensaran el goce masculino con la forma de un buen cuento corto americano, con un principio, un medio y un final de puchimbol. La expresión masculina de “aliviarse” evocaría el rascarse o el hacer pipí. El goce femenino consistiría, en cambio, en la florescencia de todo el cuerpo y su expansión en el espacio, una continuidad entre el cuerpo y el sexo, el sexo y el cuerpo, sin una localización fija. En la caricia no habría quién es quién, los bordes se atravesarían en una nebulosa táctil, la piel anestesiada por los besos ignoraría su dueño...bah, explicado así suena a algo tan insoportable como un texto de Lezama Lima leído todo el tiempo.
La manera de contar el cuerpo del feminismo de la diferencia a veces suena al católico proyecto de la unión entre cuerpo y alma. Cabe que dentro de una década las mujeres hastiadas de tanto beso colombino reclamemos aquella vieja genitalidad una vez que el pene haya perdido su halo trágico, su angustia de púgil de la resfregada.

G A T O P O R L I E B R E
La psiquiatría y el psicoanálisis de fines del siglo xix acuñaron la categoría de inversión sexual para las personas que se sentían atraídas por otras de su mismo sexo, pero sobre todo para las que adoptaban las características convenidas para el género contrario. La inversión sexual se señaló desde 1870 en mujeres que invadían el campo social, en especial las feministas, fuera cual fuera su objeto de deseo, siendo uno de los primeros intentos de desestimar lo político, patologizándolo.
Los “invertidos” varones fueron mucho mejor comprendidos, al menos por Freud, lo que benefició a hombres que, aun con la voz aflautada, rizos venusinos y sonrojables en el lecho bajo el peso de una mujer “masculina”, podían mantener el báculo victoriano. Es decir, Freud reconocía que había hombres que asumían de diversos modos posiciones femeninas aunque conservaran su objeto heterosexual. Sólo más tarde se acuñó el término homosexualidad, diferenciándola de la inversión y de la transexualidad. Por último la ciencia comenzó a ocuparse del partenaire, ya que entonces como hoy no podían concebirse una pareja sin diferencia y una diferencia sin jerarquías y donde no falte el elemento viril.

En el siglo xix un joven apuesto, rico y brillante llamado Sandor se casó con una joven que lo amaba tiernamente. Pero Sandor no se privó de timar a su propio suegro en un asunto de propiedades. Llevado a juicio, a un examen médico, se determinó que Sandor era en realidad Sarolta, princesa húngara criada como un muchacho por su propio padre que, de acuerdo con una prefiguración de la fábula freudiana, se lamentaba de no haber tenido un hijo varón.
Dos siglos atrás, durante otro juicio médico, se descubrió que el cirujano Heleno Céspedes era en realidad Helena Céspedes, quien argumentó el aspecto femenino de sus órganos diciendo que se había castrado sin querer mientras hacía experimentos científicos con su propio cuerpo. ¿Los senos? se le preguntó. No eran de mujer, contestó, sino abscesos producto de heridas de guerra. En las dos historias el traje era el eje del engaño y el desvestirse, el trance fatal.
A lo largo de la historia el travestismo femenino encubrió tanto a la mujer que deseaba a las mujeres como a la que quería invadir territorios prohibidos a su sexo. En el primer caso la mayor audacia fue la de sor Benedetta Carlini, una abadesa italiana del convento de las teotinas que sedujo a una compañera travistiéndose en ángel. ¿Cómo? Con la voz y la magia blanca. Hablando con la voz de Splenditelo, el ángel, la persuadía de que para aprender latín era preciso que “él” le acariciara el pecho.
Muchas se han travestido para eludir el asedio masculino. En el libro Mujeres de la orilla izquierda, la historiadora Shari Benstock informa sobre un juicio –el travestismo estaba prohibido– en que una mujer obrera que usaba indumentaria de trabajo masculina salió absuelta cuando argumentó que lo hacía para eludir el acoso de sus compañeros.

Durante los años locos, en París, las mujeres modernas de las clases acomodadas se vestían de varón en el marco de las fiestas de disfraces que incluían todas las variables imaginativas, desde la túnica griega o el corselete de gitana, pasando por los cascabeles del bufón y el mameluco de Pierrot.

El travestismo y la transexualidad mezclaban, en estos casos, razones estéticas, eróticas y feministas. Y a menudo, como en el caso de Colette, arrastraba secuelas del decadentismo del siglo xviii, donde el aspecto de “golfillo” daba a una dama un plus de voluptuosidad que la valorizaba ante el voyeur. Vestirse de varón ha señalado también licencias en días de festividades paganas donde las mujeres se probaban con el traje prohibido, la libertad. Y todas estas travestidas de París amaban el mundo griego, simplemente porque en él había vivido Safo, que más modernas que las modernas, amó sólo con su sexo, sus versos y su túnica.

Los feminismos de hoy intentan superar las dualidades femenino/masculino, hombres/mujeres haciéndolas jugar con otras categorías como la identidad sexual, racial y nacional que superen todos estos términos en complejas conexiones que devuelven al género una fuerza que permanece en el término mismo: generadora.
Las pistolas de juguete, el coche de Fangio y la prohibición de sumarme a un ritual colectivo donde, mientras se tomaba la hostia se soñaba con el anillo de casamiento, tal vez me prepararon mejor para la diversidad, lo singular y –más adelante– la libre elección de lo que a otras se les imponía como destino. Es una pena que la única oportunidad que tenga hoy de tener el cuerpo cubierto de puntillas sea en un lugar tan poco excitante como un féretro y, siendo este privilegio común a hombres y mujeres, me habré perdido para siempre la oportunidad de subrayar mi femineidad de acuerdo al atuendo que concebía en mi infancia. A menos que...¿querría alguien casarse conmigo?

Por María Moreno. Periodista y escritora.
Entre sus libros figura la novela “Affair Skeffington”